La posverdad, el desafío a vencer de la comunicación social

Por Mónica Mora

“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. La frase es atribuida al entonces ministro de propaganda de Alemania, Joseph Goebbels, en pleno auge del nacionalsocialismo (década del 30 del siglo pasado). Lo que por entonces se consideró en una efectiva propaganda de alienación sobre las masas, nuevamente se cierne ahora con la expansión de las redes sociales.

Esta práctica de distorsión deliberada de los hechos objetivos, mediante el mecanismo de manipulación de las emociones, no es reciente; incluso se ha extendido al punto de que ya en el año 2010, el bloguero estadounidense David Robert popularizó en sus escritos el término post-truth.

La posverdad no es otra cosa que dejar en segundo plano la búsqueda de la verdad en un hecho noticioso, minimizando la objetividad en aras de cimentar un discurso emotivo que consolide un punto de vista, cuyo único fin es la manipulación.

El término se extendió en el año 2016, durante la campaña presidencial de Donald Trump y el referéndum en Gran Bretaña, para decidir su salida de la Unión Europea. De esta forma, este mecanismo halló fuerte cabida, no solo en medios de comunicación convencionales, sino también en herramientas como Twitter, Facebook, WhatsApp, Telegram, entre otros.

Aquello se debe a la facilidad que tienen los usuarios de publicar sus opiniones o mensajes, que pueden incluso generar reacciones en los receptores con el riesgo de penetrar con mensajes distorsionados sobre un hecho, sin el debido rigor objetivo.

Frente a esta realidad, es menester que tanto medios de comunicación social como la academia impulsen mecanismos efectivos y prácticos para revalorizar la importancia de la búsqueda de la verdad, sin sesgos políticos, sociales o económicos.

Esto debe partir por la base de la responsabilidad y la ética; los medios y agencias de comunicación deben comprometerse a informar la fuente, autor, fecha y procedencia de los contenidos que publican o elaboran, además de acentuar la investigación; y si a ello sumamos la aplicación de códigos deontológicos y sanciones a las malas prácticas se podrá ganar terreno frente a este fenómeno global.